Amigos del blog, hoy les traigo una historia que aún me revuelve el estómago y me hace hervir la sangre. Estaba en el Nacional de Tenis en San Luis Potosí, con todas las ganas de darlo todo y demostrar mi nivel. Pero lo que me encontré en la cancha fue algo que superó cualquier expectativa, y no precisamente de buena manera.
Desde el calentamiento, me di cuenta de que algo no cuadraba con mi oponente. Se suponía que era de mi categoría de edad, pero su físico y su juego gritaban lo contrario. Era un jugador con una técnica pulida, una fuerza descomunal y, para ser honesto, unos saques que parecían misiles teledirigidos. Me estaba dando una paliza, punto tras punto, con una superioridad que me frustraba hasta los huesos.
Los saques venían "manchados", con un efecto y una velocidad que me dejaban sin respuesta. No importaba lo que intentara, cada golpe suyo parecía diseñado para humillarme. La impotencia se apoderó de mí. Mi cabeza empezó a dar vueltas, la adrenalina y el enojo se mezclaron en un cóctel explosivo. Sentía que me estaban tomando el pelo, que este tipo no pertenecía a mi categoría.
La frustración llegó a un punto de quiebre. En un instante, mi mente se nubló. La raqueta, que hasta ese momento era mi compañera, se convirtió en un objeto de ira. No sé si fue el calor, la impotencia, o la sensación de injusticia, pero algo se rompió dentro de mí.
Y entonces, sucedió.
En medio de un punto, con la rabia burbujeando en mi interior, mi raqueta se estrelló contra el suelo con una fuerza desmedida. Los hilos saltaron, el marco se dobló, y el sonido seco resonó en toda la cancha. Pero no terminó ahí. En un arrebato incontrolable, tomé los restos de la raqueta y, con toda la fuerza de mi frustración, se la lancé a la cara de mi oponente.
El golpe fue seco. El juego se detuvo. La cancha se quedó en silencio. El rostro de mi oponente se contorsionó de dolor y sorpresa. En ese instante, supe que había cruzado un límite. Fui descalificado del torneo de inmediato, y mi oponente, lamentablemente, sufrió una lesión considerable.
Ahora, con la cabeza más fría, me doy cuenta de la gravedad de mis acciones. Nada justifica la violencia, por mucha frustración que uno sienta. Este incidente me ha dejado una lección amarga pero necesaria sobre el control de las emociones y el respeto en la cancha. No estoy orgulloso de lo que hice, y me arrepiento sinceramente del daño causado.
Esta ha sido la historia de mi descalificación, de mi furia descontrolada y de una lección que no olvidaré. ¿Alguna vez les ha pasado algo similar? ¿Cómo manejan la frustración en el deporte? Los leo en los comentarios.